domingo, 1 de agosto de 2010

AMA AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO: EL EGOÍSMO SANO

Lo que elijamos de bueno para nosotros, démoslo a otra persona. Si elegimos ser feliz, hagamos que otra persona sea feliz. Si elegimos ser próspero, hagamos que otra persona sea próspera. Si elegimos más amor en nuestra vida, hagamos que los demás tengan más amor en la suya.
Hagamos esto con sinceridad no sólo porque busquemos un beneficio personal, sino porque en realidad deseamos que la otra persona tenga eso y todas las cosas que demos vendrán a nosotros. No obstante, cuando damos algo a alguien con pureza de corazón, porque comprendes que lo desea, lo necesita y debe tenerlo, entonces descubriremos que lo tenemos para darlo.
Con frecuencia, la verdad resulta incómoda. Sólo conforta a aquellos que no desean ignorarla. Entonces, la verdad no sólo se vuelve confortante, sino también inspiradora.
Mucha falsedad rodea el concepto de egoísmo. Nos han mentido tanto… Si intentáramos definir el egoísmo en sentido estricto deberíamos hacerlo como el amor por uno mismo. Hemos de diferenciarlo de los conceptos egolatría y egocentrismo, o incluso narcisismo. Entonces, ¿qué es el egoísmo, es malo o no?.
Solemos pensar que el problema del egoísta no está en que se quiera sino en lo desmedido de ese amor, "si uno se quiere demasiado a sí mismo no tiene espacio para querer a los otros…", pero esto no tiene nada que ver con el verdadero egoísmo, con lo que se ha dado en llamar “el egoísmo sano”.
Sabemos que no es bueno para nadie individualmente ni para la humanidad que cada uno se quede mirándose el ombligo;  el egoísmo visto así es una cosa tan nefasta que al que hace daño en primer lugar es a quien lo padece. El ser que sólo ve su ego y quiere alimentarlo a toda costa, caiga quien caiga, no es más que un enfermo lleno de complejos, incapaz de amar y carente de cualquier tipo de empatía con los demás seres. No obstante, por quererse mucho uno no se queda sin espacio para querer a los demás, sino todo lo contrario. Existen algunas personas que no quieren a nadie, pero su  motivo no está en su demasiado amor por si mismo. Será un antisocial, un negado o un resentido, pero eso no es ser egoísta.
La psicología demuestra que el amor por el otro proviene y se nutre de la propia capacidad de amar que comienza con la capacidad de amarse a sí mismo. No hay amor que no empiece en el amor que uno se tiene y por lo tanto quien dice que quiere mucho a los demás y poco a sí mismo, miente. En todo caso habrá diferentes maneras de ser egoístas, y dependerán de quién soy y no de cuánto me quiero. Habrá un egoísmo bueno y sano, que es el que sienten aquellos de corazón bueno y sano. Y habrá un egoísmo enfermo, el que sienten los mezquinos, los envidiosos, los canallas, los miserables, los psicópatas incapaces de conectarse con el amor al prójimo.
El egoísmo sano no quiere decir interés propio, ni complacencia personal ni egocentrismo, es todo lo contrario. Si eres capaz de estabilizarte emocionalmente teniendo lo que necesitas, siendo  feliz con capacidades para realizar los objetivos  que te has propuesto, eres mejor donante de respuestas positivas hacia los demás (nadie da lo que no tiene). Dejarlo todo por alguien, dedicarte en cuerpo y alma a los hijos u otro ser, sin la certeza de que eso es lo que quieres de verdad y te hace feliz realmente,  genera un desasosiego que se hará eterno. Si tú estás completamente bien, lo que te rodea estará bien.
El egoísmo sano, es la llave que abre la puerta a una vida de libertad. El ser altamente abnegados, sacrificar nuestras necesidades, preferencias y deseos con el fin de satisfacer las de los otros, o su versión contraria, el ser alguien incapaz de conectar con el amor de los demás, son actitudes que suelen nacer del miedo. La abnegación,  es el sello de una infancia en la que el niño se ha sentido temeroso, impotente, desvalorizado, en la que se han descuidado o pasado por alto sus verdaderas necesidades, deseos y preferencias; en la que se le ha juzgado injustamente y en la que sus esfuerzos, capacidades y logros rara vez se han valorado o apreciado.
Aunque una persona haya cambiado su propia felicidad por la de los otros (y a la larga sea su mayor error), no por esta decisión ha de sentirse culpable, ya que lleva funcionando en la vida así demasiado tiempo como para poder cambiar en un ahora tan cercano. No es defecto suyo directamente, aunque como humanos que somos, los sentimientos de sacrificio personal y falta de reciprocidad nos encogen el corazón, de tal manera, que nos hace sentirnos totalmente anulados y francamente mal a todos los niveles. La abnegación continuada puede llevar a periodos de depresión, inquietud o ansiedad, impaciencia,  ataques de rabia o deseos de llorar inexplicables. Suelen ser los síntomas clásicos que indican que, en realidad, aunque no sabemos verlo, estamos hambrientos de ternura y reconocimiento. En el gran ámbito del sacrificio por los demás, estas señales de aviso suelen pasar inadvertidas. Estas situaciones nos crean una gran cantidad de estrés y se suele romper con somatizaciones de dolencias físicas, agudas o crónicas.
Por otro lado, el vivir con un comportamiento donde no se ve al otro aunque esté al lado, mirarse el ombligo pensando que sólo él o ella es el que sufre, con una importancia personal desmedida que no sabe apreciar la del otro, o lo envidia pero reprime expresar esta envidia abiertamente, se fagocita con su propia mentira y su ansiedad.
Para amar al prójimo hemos de saber amar empezando por nosotros mismos. Lo que no quiero para mi, por ser algo horrible, abominable …, no lo quiero para los demás. Resulta difícil que alguien te quiera cuando no sabe quererse a sí mismo con la suprema bondad del amor.

1 comentario:

  1. "La abnegación continuada puede ........... " .... y convertir en mendicante al donante de Amor .
    En cada escrito ofreces una grata velada de tertulia ... Se agradecen los recuerdos

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