lunes, 12 de julio de 2010

LA ALQUIMIA DEL DOLOR

Confianza


Las pérdidas de nuestros amigos o de seres queridos e incluso pérdidas de nuestras ilusiones y sueños, forman parte de nuestra vida. Son constantes, ineludibles y universales. No obstante, aunque no nos guste, son pérdidas necesarias porque crecemos a través de ellas. Es cierto, que la vivencia por esa pérdida no es la misma en ninguno de estos casos, pero sí existe un lugar común a todas ellas: el dolor, ese otro lugar.
El hecho de pensar que el cambio sea para mejor no evita que nos duela, anima a seguir pero no elimina la pena. En este proceso de "cuerpo de dolor" donde nos encontramos, es importante recordar que uno no puede vivir sin uno mismo, que somos imprescindibles para seguir existiendo. Que el camino de este proceso señala que debemos renunciar a lo que ya no está y que eso es madurar, que las emociones implican acción y por tanto precede al movimiento. Es necesario establecer a partir de aquí, que ese dolor es el que, de alguna manera, abre la puerta hacia una nueva dimensión, es el dolor inevitable para conseguir una sola cosa, mi propio crecimiento, mi evolución. Nadie crece desde otro lugar que no sea haber pasado por un dolor asociado a la frustración, a una pérdida. Nadie crece sin tener conciencia de algo que ya no es.
Es importante no desviarnos hacia el sufrimiento, que es un estado crónico del dolor, es la decisión inconsciente de no seguir avanzando. Es la negación de soltar lo perdido. La diferencia entre uno y otro es que el dolor tiene un final, en cambio, el sufrimiento podría no terminar nunca. Es cambiar un momento en una forma de existencia, el que nos puede servir de excusa para vivir. Es apegarse a un recuerdo para no dejar de llorarlo y creemos que así no lo olvidaremos nunca. Una misteriosa y errónea lealtad con los que ya no están. Es nuestra enfermedad, que se exhibe y busca testigos. Sin embargo, el dolor es silencioso. Antes de llegar a esto, hemos de creer y confiar que se puede seguir adelante, que podemos superar las dificultades porque nos va la vida en ello, esencial para nuestro existir. Si se es creyente, confiar en que no es Dios quien nos manda el problema sino que nos da la fuerza, el valor y el coraje para superarlo. Confiar y tener fe en nosotros al soltar lo perdido para abrirnos a un mundo desconocido. Obligarnos a crecer y atrevernos a descubrir quienes somos. Confiar, en fin, que el frío es siempre a la medida del cobijo.

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